Metales Alquímicos

Metales Alquímicos
Nuestra tierra es la receptora de todas las influencias celestiales que descienden hasta nosotros bajo forma de luz polarizada. Lentamente estas virtudes espirituales y cualidades se materializan. A través de sus cualidades magnéticas, la tierra se fertiliza, absorbe y materializa los rayos luminosos espirituales en minerales concretos; todo esto se rige por las leyes de la atracción y la repulsión. Por eso, “lo que estaba en lo alto, espiritual y muy sutil, se convierte en lo que está abajo, pesado y corpóreo”.
Allí donde el suelo de la tierra sea más rico en azufre, se desarrollarán más metales; donde el suelo sea más rico en sales, se desarrollarán más cristales. Todo dependerá de las proporciones naturales.
Trabajando en un laboratorio, es fácil obtener el aceite esencial de las plantas. No ocurre lo mismo con los aceites de los metales. Así es, triturar una planta y extraer sus jugos recurriendo al alcohol etílico resulta muy fácil de hacer. Por el contrario, tomar un disco de metal duro o un mineral y extraer del mismo un aceite límpido y cristalino resulta mucho más difícil.
Algunos estudiosos de la ciencia hermética describen numerosos métodos para conseguir aceites metálicos, pero estos métodos son puramente químicos, no hacen más que describir como disolver los metales en aguas corrosivas como el aguafuerte o el aguarrás (ácido nítrico el primero y una combinación de ácido nítrico y ácido muriático el segundo) para reducirlos a una solución de sales metálicas y después extraerlos con disolventes volátiles (como, por ejemplo, alcohol etílico, éter, etc.). Tales estudiosos no conocen el camino sencillo de la naturaleza, y se pierden de este modo, junto con sus discípulos, en laberintos de los que después difícilmente logran salir, pues no saben dónde ni cómo encontrar en la naturaleza el manantial de la abundancia y su virtud fermentativa, el fermento metálico.
Por todo ello no comprenderán jamás la formación ni la evolución de los metales en el seno de la tierra. Solamente cuando se hayan deshecho de todos los libros, únicamente cuando sean capaces de seguir humildemente, paso a paso, la naturaleza, podrán echar mano de sus conocimientos.
Para extraer el aceite sulfúreo de un metal es necesario “mortificarlo”. Hay que pasar a través de la fermentación y la putrefacción, que es también su disolución y la separación de sus elementos. Cualquier tipo de metal, incluido el oro puro, si bien incorruptible, al ser llevado a una total putrefacción aparecerá como una tierra negra viscosa y muy fétida. Entonces, conseguir el aceite resultará muy fácil.
Todos los metales llevados a la fusión son, para el alquimista, metales muertos, carentes de vida, porque al pasar a través del fuego violento su espíritu, el principio vital que participa en su evolución, en parte escapa y en parte se ve encerrado en su interior. En la alquimia, se emplean los minerales de los metales que nos vienen de la tierra y, una vez limpios, quitada la ganga terrosa, se reducen a polvo. Este polvo, después, se diluye en un disolvente natural, que es la sal de la tierra y el espíritu del mundo, “la humedad radical de los metales” de donde son engendrados, que es también la simiente del Mercurio o primer Mercurio, que no se debe confundir con el mercurio vulgar o hydrargyrum. Tras la putrefacción se llevan a cabo otras elaboraciones hasta conseguir una resina metálica vitrificada, dura y frágil, pero soluble en agua. Esta resina se coloca en una retorta y es destilada. Durante la destilación, en primer lugar aparece un espíritu mercurial diáfano, muy volátil y penetrante, después, al ir aumentando la intensidad del fuego, emerge un aceite sulfuroso que se condensa y que flota sobre el espíritu. En la retorta queda un carbón del que, con agua, se obtiene la sal fija. Ya tenemos los tres principios del metal: Mercurio (Espíritu del metal), Azufre (Alma del metal) y Sal (Cuerpo del metal).
Allí donde el suelo de la tierra sea más rico en azufre, se desarrollarán más metales; donde el suelo sea más rico en sales, se desarrollarán más cristales. Todo dependerá de las proporciones naturales.
Trabajando en un laboratorio, es fácil obtener el aceite esencial de las plantas. No ocurre lo mismo con los aceites de los metales. Así es, triturar una planta y extraer sus jugos recurriendo al alcohol etílico resulta muy fácil de hacer. Por el contrario, tomar un disco de metal duro o un mineral y extraer del mismo un aceite límpido y cristalino resulta mucho más difícil.
Algunos estudiosos de la ciencia hermética describen numerosos métodos para conseguir aceites metálicos, pero estos métodos son puramente químicos, no hacen más que describir como disolver los metales en aguas corrosivas como el aguafuerte o el aguarrás (ácido nítrico el primero y una combinación de ácido nítrico y ácido muriático el segundo) para reducirlos a una solución de sales metálicas y después extraerlos con disolventes volátiles (como, por ejemplo, alcohol etílico, éter, etc.). Tales estudiosos no conocen el camino sencillo de la naturaleza, y se pierden de este modo, junto con sus discípulos, en laberintos de los que después difícilmente logran salir, pues no saben dónde ni cómo encontrar en la naturaleza el manantial de la abundancia y su virtud fermentativa, el fermento metálico.
Por todo ello no comprenderán jamás la formación ni la evolución de los metales en el seno de la tierra. Solamente cuando se hayan deshecho de todos los libros, únicamente cuando sean capaces de seguir humildemente, paso a paso, la naturaleza, podrán echar mano de sus conocimientos.
Para extraer el aceite sulfúreo de un metal es necesario “mortificarlo”. Hay que pasar a través de la fermentación y la putrefacción, que es también su disolución y la separación de sus elementos. Cualquier tipo de metal, incluido el oro puro, si bien incorruptible, al ser llevado a una total putrefacción aparecerá como una tierra negra viscosa y muy fétida. Entonces, conseguir el aceite resultará muy fácil.
Todos los metales llevados a la fusión son, para el alquimista, metales muertos, carentes de vida, porque al pasar a través del fuego violento su espíritu, el principio vital que participa en su evolución, en parte escapa y en parte se ve encerrado en su interior. En la alquimia, se emplean los minerales de los metales que nos vienen de la tierra y, una vez limpios, quitada la ganga terrosa, se reducen a polvo. Este polvo, después, se diluye en un disolvente natural, que es la sal de la tierra y el espíritu del mundo, “la humedad radical de los metales” de donde son engendrados, que es también la simiente del Mercurio o primer Mercurio, que no se debe confundir con el mercurio vulgar o hydrargyrum. Tras la putrefacción se llevan a cabo otras elaboraciones hasta conseguir una resina metálica vitrificada, dura y frágil, pero soluble en agua. Esta resina se coloca en una retorta y es destilada. Durante la destilación, en primer lugar aparece un espíritu mercurial diáfano, muy volátil y penetrante, después, al ir aumentando la intensidad del fuego, emerge un aceite sulfuroso que se condensa y que flota sobre el espíritu. En la retorta queda un carbón del que, con agua, se obtiene la sal fija. Ya tenemos los tres principios del metal: Mercurio (Espíritu del metal), Azufre (Alma del metal) y Sal (Cuerpo del metal).
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